Vidas ajenas (La verdad de Pedro Almanegra)
Con el paso de los años, las heridas que el tiempo ha ido abriendo en nuestros corazones se cierran lenta pero firmemente, y tan sólo quedan cicatrices de lo que un día fue dolor y angustia, un mero recuerdo de nuestro pasado más oscuro, un pasado que en noches despejadas y frías nos atormenta desde el rincón más oculto de la historia. Esas cicatrices en realidad nunca sanan del todo, y el tiempo, una vez más, se encarga de recordárnoslo y ponernos en nuestro sitio. El tiempo es el mejor maestro... lástima que mate a todos sus alumnos.
Pedro Almanegra era un ser solitario, arisco y malhumorado, que vagaba de aquí a allá portando una mueca horrible en los labios, que apenas conseguían ocultar unos dientes rotos y negros como su pelo. El ancho sombrero de fieltro ocultaba su rostro de la gente, y cuando Pedro caminaba por las calles, los niños recogían las pelotas y acudían corriendo al cobijo de sus madres. Un eterno cigarrillo se posaba ladeado entre sus labios, desprendiendo un humo que anegaba el ambiente de un olor a tabaco del sur. Pedro me dijo un día que no se había buscado todo aquello, que el odio y temor que la gente sentía hacia él no los merecía, pero se sentía incapaz de hacer nada por evitarlo; Almanegra era un buen hombre, pero nadie sabía apreciarlo.
Es posible que la vida dé muchas vueltas, y que todo cambie en un solo instante; la vida te asigna (siempre, nunca falla) un papel que no has elegido. Tú eres el responsable de elegir si desechas o en cambio asumes ese rol, pero hagas lo que hagas, nunca traiciones a la vida.
Nunca sabes qué puede pasar...
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