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Phisto's Paranoia

El reino eterno

El reino eterno

Luces y sombras se entremezclan

En una suerte de juego

La batalla es muy dura

Y fría como el hielo

Cuando suenen las trompetas

Como un canto agorero

Y las luces se ciernan

Sobre este oscuro cielo

Todo habrá acabado

Y ya no habrá tiempo

Todo habrá acabado

Llegará el reino eterno

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23/4/08

Ver la vida pasar

Ver la vida pasar

Hoy me encuentro de pie encima del escenario del teatro, mirando al frente. Butacas vacías me devuelven el eco de mi respiración, el sonido del aire. Me dispongo a bailar una danza intensa, interminable, infernal; cierro los ojos, porque ya no puedo más, porque la angustia me está consumiendo por dentro. Y mientras tanto, me balanceo sin detenerme, y la cabeza me da vueltas; pero continúo, sigo agitando mi cuerpo como un titiritero agita a su muñeco de trapo, sin sentido ni orden alguno.

Al fin me detengo. Abro los ojos, pero soy incapaz de mantenerme en pie; caigo al suelo sin remedio, con los brazos y piernas extendidos. Todo transcurre como a cámara lenta, como suceden las cosas bajo el agua, bajo el mar... Cierro los ojos; la vida se vuelve oscura, inquietante, mientras permanezco allí, inerte. Una oleada de calma sacude mi ser pausadamente, llenando cada rincón de mi alma.

Vuelvo a abrir los ojos. Ya no estoy en aquel acogedor mausoleo de actores acabados, sino en un tren; un viaje en tren. Por la ventana observo paisajes que nunca jamás podré volver a contemplar, lugares que, a pesar de que no he tenido la ocasión de visitar nunca, me resultan del todo familiares. Valles de color verde esperanza, salpicados aquí y allá de sábanas doradas y escarlatas. Al fondo, como si me acompañaran en el camino, están las montañas, eternamente nevadas, eternamente imponentes... eternamente reales. Añoro estar ahí fuera, pero sé que no puedo, y me resigno a ello mientras una mirada triste se dibuja en mi rostro.

¿Dónde me llevará este tren? Tengo una cierta intuición, que en el fondo de mi corazón considero completamente fiable, pero me niego a reconocerla... todavía. La hora queda lejos todavía, muy lejos de mí y de los míos; por eso no tengo miedo, por eso sé que nada va a ocurrirme, y por eso sé que nunca el tiempo es perdido, y si hay algo que no haya hecho o dejado de hacer durante este corta vida, no será algo irreversible ni irremediable.

Me queda toda una vida por delante...

Donde las calles no tienen nombre

Donde las calles no tienen nombre

Quiero correr, esconderme de todo

Y derribar los muros que obstaculizan mi camino

Lo he intentado todo, todo por intentar alcanzarte

Pero todavía no he encontrado lo que buscaba

Si me ayudas, lo conseguiré

Juntos lograremos alcanzar la cima del mundo

Donde las calles no tienen nombre

Y el universo está al alcance de los dedos

Te llevaré a las estrellas

Te haré la persona más feliz de la Tierra

Aunque el precio de ello sea mi vida

Moriría por vivir contemplando tus ojos

Ellos son lo único que necesito para ser feliz

Me enfrentaría al mismísimo diablo por ti

Escalaría hasta la más alta montaña

Sólo por estar contigo, por tener tu compañía

Porque tú eres todo lo que quiero

Acompáñame en este viaje sin retorno

Te aseguro que no te arrepentirás...

El sonido del mar

El sonido del mar

Luces y sombras

Días que pasan en un solo instante

Y la vida que se escapa entre mis dedos

El viento que acaricia mi pelo

Me trae el sonido de tu dulce voz

Desde aquí aguardo ansioso

La melodía de tus palabras

Que actúan como un embrujo sobre mí

Y me llevan volando, más allá

Hacia donde el tiempo no pasa

Hacia donde dos cuerpos se funden en uno

Te esperaré, hasta el fin de los tiempos

Disfrutando del sonido del mar

Que a cada momento me recuerda tu nombre

Buscando en cada soplo de aire

Un rastro de tu reconfortante presencia

Te esperaré, hasta el fin de los tiempos

Aquí aguardaré... solo.

El final del camino

El final del camino

Me llamo Carlos.

Un nombre no dice nada de una persona; es tan solo una máscara, una capa de pintura que adorna al ser humano que casi todos llevamos dentro.

Digo "casi" porque estoy convencido de que hay "personas" que no pueden o no deberían ser llamadas así. Gente que viene y va, sin destino alguno en la vida, a remolque de otros, más astutos quizás, gente sin sentido alguno, que malgastan un lugar en el mundo para desgracia de otros...

La mirada de esas personas da escalofríos, lo puedo asegurar. Sus ojos son un abismo sin fondo, negros como el túnel más oscuro, y tan fríos como el hielo. Deseas ver algo en ellos que te recuerde que aún hay esperanzas, pero no lo logras. Cada vez que te dirigen la mirada sientes dolor por dentro, que te impulsa a gritar y llorar de pura rabia.

Y su sonrisa; más que una sonrisa, es una mueca, un espasmo obligado por quienes imponen su autoridad sobre los demás, inconscientemente. No busques un solo rastro de felicidad en ese gesto; no lo vas a encontrar.

Habrá quien quiera malinterpretar este escrito, y tal vez no vaya del todo desencaminado (siempre dentro de unos límites); me da igual, mi opinión está para contarla, demasiadas cosas me guardo ya para mí mismo...

No cesaré en la búsqueda de lo perfecto... creo que en ti lo he logrado atisbar.

Piensa en lo que es el mundo, intenta encontrar la verdad, pero no lo conseguirás; no obstante, vale la pena el intento, aun sabiendo que el fin es inalcanzable.

Las palabras fluyen en el papel, y mueren antes de salir de mi boca.

Soy así, y nunca cambiaré...

Para ti

Madrid

Madrid

La luz de la tarde cae sobre mí

Una luz clara, cálida, de rojo carmín

Las sombras se aclaran, el brillo

del día se apaga

La noche se cierne sobre Madrid

 

Un vago recuerdo, salpicado de olvido

Es lo único que me queda de ti

Miro al cielo y sólo veo oscuridad

Cegadas las estrellas están

Por las luces de Madrid

 

Te echo de menos, me acuerdo de ti

De todos los besos que nunca te di

La noche me invade, mi compañía es la soledad

Sueño que esto ya va a acabar

Luego despierto, y sólo me queda Madrid

 

Los sueños locos, las vidas ajenas

No sé qué van a hacer de mí

Camino evitando mirar a la cara a la realidad

Pero está ríe, ríe sin piedad

Burlándose de mí, no me deja ser feliz

 

Entonces yo me aparto, vuelo libre

No dejaré que se apodere de mí

En ese momento abro los ojos a la verdad

La cruel y dura realidad

Sólo eso me queda de ti: Madrid

Cemeteries of London

Cemeteries of London

La noche nos invade.

Las calles oscuras, sombrías, por las que paseamos son el mejor recuerdo de una ciudad eterna.

Con las manos enlazadas, avanzamos a paso lento, sin detenernos.

Por mis venas corren en este momento litros y litros de felicidad y descaro.

Siento ganas enormes de cantar, de liberar mi voz en una melodía épica y enorme.

Te miro y portas una gran sonrisa en el rostro.

El ruido es magia para mis oídos, todo me suena a música.

Todo... incluso tus ojos...

Perfect day

Perfect day

 Busco, busco tu mirada entre las sombras

Desde la oscuridad, tus ojos me señalan el camino

Dos eternas candelas que brillan incandescentes

Al día, se tornan oscuros como una noche sin estrellas

Y tan hermosos como perlas negras

Busco, busco tu mirada

Y siento que ella me busca a mí

No habré de olvidar esos ojos nunca

Se han grabado a fuego en mi mente

... y quisiera contemplarlos una última vez

Una última vez... 

En algún lugar

En algún lugar

El reloj marcaba las tres en punto. El abrasador sol de la tarde entraba a raudales por las cristaleras del edificio, iluminando plantas desiertas, barnizadas con una gruesa capa de polvo acumulado durante años. Estábamos en medio del vacío más absoluto, de la nada; a nuestro alrededor crecían sinuosas las dunas de arena, altas e imponentes, y al fondo se divisaba el mar azul. Perdidos como estábamos, no nos dimos cuenta de que no estábamos solos.

Descendimos hacia el desierto, cogidos de la mano y riendo hasta llorar; nuestros ojos eran la viva expresión de la felicidad, una felicidad que cuesta mucho mantener con vida. En el camino hacia el mar, estuvimos hablando. Me contaste que siempre habías deseado llevar una vida tranquila, digna, alejada de todo lo que pudiera ocasionarte dolor y preocupaciones; me hablaste de tu infancia, de esos años eternos en los que todo parecía tener más color, el sol brillaba más, y la felicidad sí que era algo factible. Yo escuchaba tus palabras, intentando prestar atención, y mientras tanto llegamos a la playa.

Nos descalzamos y caminamos por la arena, sin prisa, apartados de todo corsé temporal o espacial; nuestros pasos nos llevarían donde el destino quisiera, sin importar el lugar ni el momento. Caminaríamos eternamente, viviendo el uno del otro, sin nada más, puesto que nada más era necesario. No estaba seguro de que fuera eso lo que querías, pero la sonrisa incandescente en tu rostro acalló mis palabras.

Inside you

Inside you

¿Cómo decir algo sin miedo de repetir una vez más mis palabras?

Es todo tan artificial, tan imposible, que hasta da asco... Siento que algo o alguien se apodera de mí cuando escribo, un ser que en definitiva no soy yo, que inventa frases, palabras, totalmente ajenas a mi conciencia. No soporto muchas cosas que ocurren en el mundo, pero son ajenas a mí, y yo no puedo hacer nada (o no lo conseguiría aunque lo intentara) para cambiarlas. Sin embargo, algo ocurre en mí que no consigo comprender, lo cual definitivamente no soporto. Odio ser así, odio no decir las cosas como realmente sé, como si mi alma viviera encerrada tras unos barrotes, y cuyas decisiones, reflexiones, pensamientos... son trasladados al exterior completamente deformes y cambiados.

¿Puedo hacer algo por cambiarlo?

No voy a esforzarme en decir algo más, porque no haría más que aumentar la rabia e impotencia que siento por dentro, y que me está matando como una larga enfermedad no querida. Dicen que lo bueno está en el interior, pero todo el mundo procura no acercarse a un mendigo, sin saber siquiera que tal vez fuera, es, o vaya a ser un futuro premio Nobel de Literatura, por decir algo... ¿verdad?

 

29.5.08

29.5.08

¿Cómo expresar tanto cuando no tienes nada que decir?

Misterios irresolubles... desvaríos.

La locura es la droga que me ayuda a someterme a la voluntad de mi mente, que me impulsa a escribir estas líneas...

Pienso, luego existo... no le veo el sentido.

Música, música y más música; quiero morir al ritmo del blues, en compañía de mi guitarra, informe en mi pensamiento, pero que representa todo lo que algún día quise y no pude ser.

Son días extraños, como decían The Doors en esa canción, y la gente es extraña...

¡Deténme, no quiero seguir!

He dicho

Vidas ajenas (La verdad de Pedro Almanegra)

Vidas ajenas (La verdad de Pedro Almanegra)

Con el paso de los años, las heridas que el tiempo ha ido abriendo en nuestros corazones se cierran lenta pero firmemente, y tan sólo quedan cicatrices de lo que un día fue dolor y angustia, un mero recuerdo de nuestro pasado más oscuro, un pasado que en noches despejadas y frías nos atormenta desde el rincón más oculto de la historia. Esas cicatrices en realidad nunca sanan del todo, y el tiempo, una vez más, se encarga de recordárnoslo y ponernos en nuestro sitio. El tiempo es el mejor maestro... lástima que mate a todos sus alumnos.

Pedro Almanegra era un ser solitario, arisco y malhumorado, que vagaba de aquí a allá portando una mueca horrible en los labios, que apenas conseguían ocultar unos dientes rotos y negros como su pelo. El ancho sombrero de fieltro ocultaba su rostro de la gente, y cuando Pedro caminaba por las calles, los niños recogían las pelotas y acudían corriendo al cobijo de sus madres. Un eterno cigarrillo se posaba ladeado entre sus labios, desprendiendo un humo que anegaba el ambiente de un olor a tabaco del sur. Pedro me dijo un día que no se había buscado todo aquello, que el odio y temor que la gente sentía hacia él no los merecía, pero se sentía incapaz de hacer nada por evitarlo; Almanegra era un buen hombre, pero nadie sabía apreciarlo.

Es posible que la vida dé muchas vueltas, y que todo cambie en un solo instante; la vida te asigna (siempre, nunca falla) un papel que no has elegido. Tú eres el responsable de elegir si desechas o en cambio asumes ese rol, pero hagas lo que hagas, nunca traiciones a la vida.

Nunca sabes qué puede pasar...

Viva la vida

Viva la vida

¿Dónde estoy?

Peces de colores cabalgan veloces en este mar de pintura, y el oscuro sol se derrite sobre la superficie, aportando matices nunca antes imaginados al mundo. En el cielo nubes grises rompen la monotonía, con su pasear ligero y elegante, altivas y majestuosas como antiguos reyes de un imperio desaparecido.

¿Qué es esto?

El día es oscuridad, y la noche remanso de las fieras, que abandonan a sus presas aterradas por la luz de la luna, roja como la sangre, que acecha en los cielos como un vigilante sempiterno. Estrellas fugaces cruzan el universo como fuegos fatuos, parpadeantes y misteriosas como la fatídica señal de la alarma definitiva.

¿Qué está pasando?

Sueño intentando no soñar, me hundo en las ilusiones para nunca más salir; una puerta se cierra para siempre tras de mí, y dos enormes guardas se apostan junto al arco que señala la entrada al túnel. El agujero es oscuro y tenebroso, pero me introduzco en él, canturreando entre dientes una melodía de antaño. Sueño que no sueño, que la verdad que había imaginado no existe realmente... es algo fascinante.

¿Adónde me llevas?

Miles de millones de brazos y manos se agitan a mis lados, intentando siquiera rozar mi blanca piel, desesperados. El ambiente es sofocante, mas una brisa fresca y deliciosa acude a mí como invocada por el mismísimo diablo. Penetra por mi boca, mi nariz, inundando mis pulmones y haciéndome volar. Los muertos se alejan para mí, allí abajo, y yo me fundo con las sombras, en una suerte de ritual macabro.

¿Por qué...?

Oigo risas, ¿de quién serán? Con las manos en los bolsillos y cabizbajo me acerco sin gana a la baranda que me separa de ti. El contacto de mis manos con el frío mármol me produce un escalofrío, pero ya nada importa.

Abajo me esperas tú.

Love is blindness

Love is blindness

Cuentan que, un día, un hombre secretamente enamorado de una chica, cansado de ocultar durante tanto tiempo su amor, buscó una manera de hacérselo saber a ella. No podía decírselo directamente a la cara, pues temía que si le rechazaba se derrumbara delante de ella, mostrándose miserable y desgraciado ante la mujer que más amaba en el mundo; decidió pues demostrar su amor de otra manera.

El hombre agarró una prenda y una rosa, y recorrió el país a pie, parando a descansar en locales ruinosos de mala muerte, compartiendo cama y habitación con todo tipo de seres diminutos y por lo general repelentes. En cada uno de esos hostales pedía un jarrón lleno de agua para colocar su rosa y que no se marchitara. Los dependientes le miraban con rostro asombrado cada vez que se dirigía a ellos preguntando por el jarrón, pero el hombre les respondía con una brillante sonrisa que pronto sustituía a la mueca taciturna que portaban esos dependientes en sus rostros. El hombre apenas dormía por las noches, y cuando lo hacía, se sumía en un sueño profundo elucubrando acerca de su amada.

Por el día, el hombre se hacía a la rutina que desde todo ese tiempo le había acompañado. Cogía su rosa, se introducía en su prenda de abrigo y se disponía a marchar, no sin antes dejar una generosa propina encima de los mostradores de los lugares en los que pasaba esas frías noches. Cuando salía por la puerta, se detenía un momento, cerraba los ojos y respiraba profundamente, siempre con una sonrisa enmarcando su sufrido rostro. Caminaba y caminaba durante todo el día, sin detenerse siquiera a llevarse algo de comer a la boca, pues el tiempo era oro y no convenía malgastarlo en nimiedades.

Uno de esos días, durante su travesía, el hombre detuvo su caminata y oteó el horizonte: unas altas montañas se erguían enfrente de él, lejanas y a la vez muy próximas, y tras ellas el sol descendía, ocultándose tras esos enormes muros de piedra. El hombre contempló extrañado la escena, como si nunca en su larga vida hubiera divisado un paisaje igual, y tras unos segundos de incertidumbre, una carcajada optimista brotó de sus labios, una risa pura y sencilla como el agua que brota de un manantial. Sabía que su amada se encontraba cerca, muy cerca, tras esas montañas.

Su rosa permanecía intacta, como el primer día, y no mostraba signo alguno de desfallecimiento; su abrigo se encontraba ajado y roto por algunos lugares, pero ello no anulaba en modo alguno el propósito al que estaba destinado. El hombre contemplaba la rosa absorto cada noche, maravillándose ante su belleza, y después se acercaba a mirar las montañas detrás de la ventana, unas montañas a las que parecía no poder alcanzar nunca, pues a cada paso que daba, éstas parecían retroceder otro más, manteniendo siempre las distancias.

El hombre, harto ya de esas montañas que cada vez parecían más lejanas, comenzó a correr por la carretera en la que no pasaba nadie. Corrió y corrió, sintiendo latir desbocado su corazón, pero a pesar de eso, siguió corriendo. Tal era su decisión, su determinación por estar junto a su amor; tenía que verla, en verdad le iba la vida en ello y, aunque tan sólo fuera por un instante, necesitaba contemplar su hermoso y delicado rostro. Lloró de desesperación mientras corría, con la rosa en la mano agitándose por el viento, y sus espinas clavándose en la carne como cuchillos afilados.

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En el portal de la imponente mansión descansaba la mujer, sumida en sus pensamientos y con la mirada perdida en el cielo nublado. Una suave brisa agitaba las hojas de los robles del jardín, y traía desde la lejanía los rastros de un diluvio que estaba por venir. En la puerta metálica de la finca estaba apoyado un hombre, que parecía exhausto, con la cabeza agachada y calado hasta los huesos. La mujer frunció el ceño y se levantó de los escalones sobre los que estaba sentada. Cerró su chaqueta de lana con un gesto de frío mientras se acercaba a la puerta. No reconoció al hombre, que se había agarrado fuertemente a los barrotes como si estuviera a punto de desfallecer. El hombre la miró con ojos anhelantes y doloridos, y en el fondo de su corazón la mujer sintió un inexplicable sentimiento de culpa. El tipo llevaba como único equipaje una rosa roja manchada de sangre; parecía débil y enfermo, como si una cruel enfermedad le hubiera carcomido por dentro.

El hombre cayó a sus pies, y en un impulso la mujer se acercó a él tendiéndole la mano. No sabía qué decir ni qué hacer, ante tan inesperada visita. El hombre le tendió la rosa, y ella supo que debía aceptarla, que él no iba a aceptar una negativa. La mujer cogió la rosa con recelo, y en cuanto el hombre la soltó, se derrumbó en el suelo.

Estaba tumbado boca arriba, y había empezado a llover. El hombre abrió los ojos, y contempló el vasto cielo que se extendía por encima de él, y con su sonrisa optimista pronunció una sola palabra: "Gracias"

Pedro Almanegra

Pedro Almanegra

A la señal, das dos pasos al frente, dos pasos firmes y decididos hacia el destino que te has buscado. Estás en un desierto, imagínalo; todo es vacío a tu alrededor, y el sol se vierte de lleno sobre la inmensa y árida explanada sobre la que te encuentras, en ese día pleno de verano. Dos o tres arbustos secos ruedan delante tuyo, como en las viejas películas del Oeste que tanto te gustaban.

El sonido de tu aliento reverbera en el ambiente.

Una mujer está postrada en el suelo delante de ti, mirándote con unos intensos ojos verdes. Está aterrorizada, pero no lo demuestra: su rostro es el perfecto ejemplo del más hábil disimulo. Te mira desafiante, valiente, sensual... Sus manos, apoyadas contra la tierra, sangran a causa de los afilados guijarros que componen el terreno. Pero ella sigue allí, sentada, retándote...

Tu carcajada retumba como un trueno en el lugar. Suena un revólver, y el eco que deposita en el valle.

El pasado que te trabajaste, la siniestra fama que otros te atribuyeron, el temor que inspiras al pueblo, te han dado ese nombre... Pedro Almanegra te llaman, y con tu risa oscura como el más oscuro de los pecados haces honor al nombre.

El as de oros

El as de oros

He aquí que me encuentro con un dilema: ¿debo o no debo revelar mi secreto? Mi conciencia, despiadada y cruel, me dice que no, y mi corazón me ruega lo contrario. Mi mente vuela entre los miles de millones de personas que están fuera de este lugar, y con sus ojos ve cosas que no quisiera ser capaz de ver. Muerte, llanto, horror... espanto, venganza, traición, odio... ¿amor? ¡Ay, amor, bendita y dulce palabra que pregono sin sentido a los cuatro vientos! ¡Amor, arma de doble filo que te revuelves contra tu amo al más breve momento!... Sin embargo, no eres tú por el cual mi ser no vive, no es tu zalamera invitación la que estoy dispuesto a aceptar con lágrimas en los ojos...

Mi dilema es diferente, de otra índole. ¿Debo o no debo revelar mi secreto? Vivo en perpetua duda, duda que me hastía hasta extremos inconcebibles, duda de la que, a pesar de todo, no puedo separarme... Yo tengo el poder, yo puedo hacer que las montañas perezcan ante mi simple mandato, que los mares se eleven al cielo ante un débil soplo de aliento mío, que la luz se torne oscuridad sin remedio alguno; yo puedo hacerlo pero, ¿debo? ¿Debo o no debo revelar mi secreto?

La espera que os hago soportar es en vano, no lo niego. Porque más valen cien mil años de sufrimiento que cien mil almas inocentes, y esa es una verdad incontestable. Soy arrogante, orgulloso... no lo niego; pero es parte de mi ser, de esa persona que vosotros habéis creado, que soy yo. Y ahora permanezco aquí, sentado, pensativo, mas indiferente. ¿Debo o no debo revelar mi secreto?

Creo que no.

Y rock 'n' roll...

Y rock 'n' roll...

¿Quién me lo iba a decir, que iba a ser yo el que estaría allí, delante de setenta mil personas, setenta mil almas ansiosas de música, dándoles lo que querían? Las luces apagadas, la gente murmuraba cosas y el recinto era un hervidero de expectación y buen rollo. Agarré un micrófono y grité, y de las decenas de altavoces surgió un rugido estremecedor, acompañado de todo mi nerviosismo. La gente me siguió la corriente, y comenzó a gritar junto a mí. Deposité el micrófono en su soporte con una sonrisa y me retiré de allí. Una cortina inmensa de luces rojas se iluminó detrás de mí, y un sonido distante, camuflado por los gritos de la gente, surgió de la nada.

Era como el sonido de cien guitarras, todas tocando una única nota en compases diferentes. La cortina de luz producía el efecto de estar descendiendo hasta el mismo escenario. Esa misteriosa guitarra seguía sonando, dotando al lugar de un ambiente místico y bello, y la melodía nunca acababa, con pequeñas variaciones que matizaban la música que nos daba. Cuando parecía que aquello nunca iba a terminar, la guitarra se transformó.

Sonaba tímida y leve, pero a la vez frenética, y de nuevo parecían estar resonando cien guitarras a la vez. El sonido de un platillo Crash se extendió como un rayo por todo el estadio, seguido de un piano mágico, reverberado. La batería comenzó a interpretar un patrón rítmico que invitaba a la hipnósis. La música llegó a su púnto álgido, y un destello cegador, más brillante que el sol, iluminó a la gente durante una fracción de segundo. Entonces subí al escenario, lleno de energía y adrenalina, y comencé a cantar...

 

"Oh, you look so beautiful tonight..."

El aire que respiras

El aire que respiras

En esta tarde calurosa, iluminada por un sol brillante y majestuoso, me rindo a los instintos más recónditos de mi alma y caigo en un sueño profundo...

Eran los minutos previos al despunte del alba, y una luz gris, oscura, acompañada de una densa neblina, alumbraba el lugar; estaba recostado sobre una enorme roca, que se alzaba encima del inmenso mar de nieve y hielo que se extendía hasta el horizonte infinito. Un viento glacial me traspasaba, como miles y miles de pequeñas agujas que, arrojadas por un oscuro y perverso ser de ojos maléficos, se me clavaban en la carne. Alcé la vista con desgana, pero mis ojos no conseguían ver más allá de la roca sobre la que me encontraba. Se oía un rumor incesante de aires huracanados y lluvias de granizo. Yo me encontraba desnudo, pero no sentía frío, sin mencionar el duro viento que azotaba mi ser hasta las entrañas.

Me puse en pie decidido, y me impulsé hacia adelante en un salto mortal. El huracán me guiaba, me animaba a continuar; cerré los ojos y sentí volar, libre como un pájaro. Amagué un movimiento y mi cuerpo comenzó a ascender. No abrí los ojos de momento, pero extendí los brazos, como las alas de un ángel. Seguía elevándome, sin descanso, hasta la eternidad. Al fin, el mismo viento de hielo que me había llevado hasta allí me detuvo con su mano autoritaria. Dejé por un instante que mis párpados se acostumbraran a la nueva luz de aquel lugar; entonces abrí los ojos.

El horizonte, cielo y mar se extendían más allá de lo que la vista podía llegar a alcanzar. Una luz intensa y dolorosamente cegadora se expandía justo enfrente de mí, sobre el mar; pero éste no estaba en calma, pues se removía ferozmente como si los mismos entresijos de la Tierra lucharan por alejarse lo más posible de su centro. Volví a mirar a la luz, pero ésta ya no me cegaba. Delante de ella se habían apostado dos ojos, vigilantes, esferas perfectas de un color negro puro, que ocultaban todo rastro de luz. Abrí la boca intentando liberar un grito, pero no emitió sonido alguno. El mundo pareció contraerse a mi alrededor, haciéndose más pequeño a cada instante que pasaba, hasta que se concentró en un solo punto. Antes de morir, pude divisar esos ojos que me miraban, antes despiadados, ahora bondadosos como la divinidad más alta.

Atardecer

Atardecer

Mi voz dormida se apaga

Esa luz, antaño brillante

Que anunciaba el alba

Se me antoja un atardecer

Mis sueños incumplidos

Morirán a tu lado

Todo negro se ha tornado

El cielo, tu pelo

La misma luz ya ha cambiado

La oscuridad me acompaña

Cuán mal compañera es

Que me ciega, me impide ver

Como un velo ante los ojos

Oscuro dolor, negro destino

Me voy y ya no volveré

Mas no lloréis, amigos míos

Porque nada malo me aguarda

Sino la compañía de mi Padre

En Su gloria eternamente viviré

¿Qué hay de triste en eso?

 

Esa luz triste, melancólica

Ha cambiado de color

Deslumbrante y bella es ahora

Y alivia todo mi dolor

Sobre el cielo una bella aurora

Me muestra en todo su esplendor

A Dios

 

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"Atardecer", 10 de abril de 2008

Just another day without you

Just another day without you

Estoy aquí, solo ante el espejo, en esta habitación a media luz, practicando miradas y palabras que he guardado para ella. En mi mano aguanto una fotografía suya, que me mira a la cara fijamente desde detrás del cristal, con ojos sonrientes, de color negro azabache. ¿Cómo puede ser que esté tan cerca, al alcance de mi mano, y sin embargo mi corazón la sienta tan lejos? Procuro no pensar en ello, pero una lágrima resbala por mi mejilla, mientras su rostro me escruta alegre dentro del marco. No quiero que me vea llorar; dejo la fotografía boca abajo encima de la cama, y me tumbo al lado de ella. Cierro los ojos y me abandono a mis pensamientos.

Fuera la tarde cae, lenta, como si no quisiera irse ya a dormir, como si al extinguirse fuera a desaparecer para siempre. Unos débiles haces de luz entran oblicuos por mi ventana, pero ya no iluminan nada. La noche engulle al día irremediablemente, en un solo instante, y ahora todo está oscuro en mi dormitorio, pero no así en la calle, donde las altas farolas, erguidas como imponentes árboles, alumbran las aceras y el asfalto, por los que no pasa nadie.